Estaba todo blanco, el frío marcaba mi aliento y me pesaban los pies, no sé muy bien si eran del cansancio o porque realmente no me quedaban fuerzas para caminar. No sabía dónde iba, sólo sabía que tenía que ir. Toda voz me formulaba la receta mágica: sal a la calle y que te lleven los pies, deja tu mente en blanco y enfréntate de una vez.
Paso tras paso, el camino se convertía en una tortura. Las manos ya no sentían, los dedos estaban afligidos y mi garganta no podía gritar auxilio. De repente, llegué a aquel parque, y me era inútil intentar aliviar la memoria y arrojar los recuerdos. El parque había cambiado, no porque la nieve lo cubriese todo, ni porque los pájaros no revoloteaban en el cielo... sino que una parte de mi alma ya no estaba en ese parque. Se había perdido en el olvido. Caí rendida junto al columpio, el suelo pudo conmigo y me quedé inconsciente sin saber aún cuanto tiempo. El tiempo me pudría y el frío me mataba. Sola frente mí, mi cuerpo en mis ojos, y el corazón lejos de aquel lugar. Mis restos daban señal de que era una víctima de un ser extraño sin fuerza... pero aquel ser extraño era... era... yo misma. Grité con los ojos en blanco, pero nadie los veía, qién se iba a fijar en unos ojos qe ya no sabían mirar, qien se iba a fijar en unos labios qe ya no daban calor... qién. Qién en este mundo recogería un cuerpo sin ser, unas manos incrustadas bajo una capa de hiel qe no sentían caricias... y un alma muerta allí mismo.

.k.
No hay comentarios:
Publicar un comentario