21.7.10

.espérame, iLarghia.

Eran tan pequeñas que tenían el poder de iluminar todo el paisaje. Pero de tanto verlas le chispeaban como si de un sueño se tratase, y tenía la sensación de poder cogerlas con las manos. Había una preciosa luna colgada del cielo. Estaba esperando, no sabía el qué, pero esperaba. Le encantaba aquello, encontrarse así, con soplidos suavemente impactantes en su rostro con olor a salazón, tumbado en tierra seca y fría, donde los brazos acariciaban la libertad y donde la arena se le adormecía entre los dedos. Esperaba. Y allí, junto a él, apareció Ilarghia. Pelo fino y largo, rasgos débiles, cintura pequeña, ojos suplicantes y labios mutilados de callar. No sabía quién era. Pero la llamó Ilarghia. La miraba de reojo, haciendo el menor ruido posible, ella parecía cansada, triste, asustada. Pero era preciosa. Se encontraba abatida a su lado… no se movían, pero tumbados, juntos esperaban mover algo en aquel lugar. Le costaba recordar lo fácil que era vivir junto a ella.
-¿ Quién eres tú?___ preguntó él.
-¿Tan importante es saber quien soy yo?___ respondió ella.
-Claro que sí… porque de una manera u otra. Ambos hemos acabado aquí.
-Entonces lo que te importa no es quién sea yo. Lo que importa es quién seré para ti. ¿Quién quieres que sea?__ dijo ella.
-Ilarghia.__ contestó él.
Allí seguían. Sin mirarse. Sin hablarse. Sin rozarse. La verdad es que no lo necesitaban. Con mirarse a través del reflejo de la luna les era suficiente, se habían esperado durante toda la vida. Llevaban mucho tiempo esperando ese momento, que ni ellos mismos sabían que podía existir. Mientras suspiraban por aquel eterno paraíso oscuro manchado de estrellas, el son de las olas les sumergía hasta ahogarles en un sueño aún más profundo. Ilarghia cerró los ojos, y él, sin pedir permiso, le robó una caricia. Y ella, sin pedir nada a cambio, le regaló la suya. Al abrazar sus dedos sentían cómo aquella pequeña orilla les imaginaba siendo reales. No existía ni el frío, ni el calor. Solamente existían los grados del deseo. Ilarghia cortó el silencio.
-Quiero ir a la luna. ___ dijo ella.
-Es peligroso. __dijo él.
-Lo peligroso no es imposible. Deseo ir a la luna.__ contestó Ilarghia.
-Y yo siempre he deseado besar a quien sueña con llegar hasta ella.
-Pues entonces, hazlo.
-No…no lo haré. Te lo robaré cuando menos lo esperes.
Ilarghia sabía que aquella era la primera y última noche que estaría allí. A la mañana siguiente despertaría. No quería hacerlo. Quería quedarse en aquel lugar, subida a la luna, junto a él. A pesar de que en aquella orilla no existía el tiempo, sentía que iba a desvanecer en él. Todo era un sueño, un maravilloso sueño. Sólo tenía la ilusión de volar hasta allí arriba, para que nada ni nadie le llevase de nuevo a la traidora realidad, cercana a los golpes de las egoístas manos infieles. Consiguió levantar con fuerza su desgastada espalda, se acomodó sentada, con cuidado para no caerse,
sus pies rozaban la arena mojada, podía sentir su libertad de echar a correr, y el sonido de las olas le llegaba hasta el olvido. Por una vez logró escapar de las lágrimas silenciosas y se metió en aquel mundo, en aquella noche protegida. “Déjame cuidarte”__ decía él a cada momento. De repente, a su derecha, vio una vieja barca, hecha con madera de pino, clara y suave. Ruidosa por los años que llevaba allí. Y tenía un nombre un tanto peculiar: “viaje a Ilarghia”.
Ilarghia se levantó, la rodeó tocándola con su dedo índice, un líquido rojo resbalaba entre sus dedos, y fue encharcando cada esquina de aquella barca, afligida palpaba un corto espacio de libertad. Sintió que era su salida de emergencia para no volver, sintió que era su guarida para permanecer junto a él.
Él se levantó, se quedó de pie mirando el reflejo de la luna en el mar, quieto, y erguido. Miró a su derecha, y estaba Ilarghia subida a la barca. Esperándole. Y esperando a su esperanza. Se miraron, y la potencia del deseo creció sin buscarlo. Él de pie, ella sentada. Se acercó a ella, puso sus manos en el extremo de la barca, se manchó las manos con la sangre maltratada, e inclinado, acercó sus labios a los de Ilarghia.
-Te lo robé. ___ dijo él.
-¿Ahora me llevarás a Ilarghia?__ interrumpió ella.
-Sí. Corramos. No quiero que te vayas.
Empujó la barca hasta el mar, y se subió. Amarró los remos, también manchados, y poco a poco se fueron adentrando en lo más profundo de aquel sin fin. Esperaban. Y él buscaba el trazo perfecto para subirla a la luna. Le dolían los brazos, y se quedó quieto, esperando.
-Qué bonita es Ilarghia. __ Dijo ella.
-Qué bonita eres tú. __ Dijo él.
Acto seguido, con toda su fuerza enlazó una cuerda en el pico de la luna, y con un nudo ató otra cuerda a la cintura de Ilarghia, para protegerla de otra caída. No quería que se hiciese más daño. El sueño de Ilarghia era subir hasta esa luna, ni una ni otra, sino esa. El sueño en el que él vivía le impulsaba a cumplir lo que ella siempre quiso, huir lejos. Ni ella quería despertar. Ni él quería que sólo fuese un sueño.
-Venga. Yo amarro la barca, sube a la luna.__ dijo él.
-No, no puedo. Tardaré mucho y acabarás ahogado. __ dijo Ilarghia.
-Ya… pero más me ahogo si no puedo estar allí arriba contigo.__ contestó él.
-¿Y por qué no subes conmigo…?___ preguntó Ilarghia.
-La barca es inestable. Ya lo sabes.
-Pero no quiero que te ahogues.__ dijo ella.
-Quiero ahogarme en lo más profundo sabiendo que tú estarás aquí, justo encima de mí.

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